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lundi 28 mars 2011

Túnez, donde empezó la revuelta árabe, sigue reclamando un cambio verdadero y sin maquillaje

Ahora que los medios hablan del conflicto armado en Libia luego de ocuparse vastamente de la caída del régimen de Hosni Mubarak en Egipto, no debería olvidarse a Túnez, el país norafricano donde comenzó toda la revuelta árabe y cuyas bases siguen ejerciendo un reclamo permanente por un cambio verdadero y sin maquillaje.

Sin la intención de trazar paralelos, aquí pueden encontrarse puntos en común con el fenómeno egipcio, sobre todo en la esencia de la revuelta: gente que no responde a líderes políticos claros y una organización sindical corrompida por los años del régimen y que fue desbordada por las bases.

La situación social tunecina está en constante ebullición, con protestas diarias en distintos puntos de todo el país, huelgas y manifestaciones como las que por ejemplo se realizaron la semana pasada contra la presencia del secretario general de la ONU, Ban ki Moon.

Y en todas estas protestas, los políticos tradicionales y la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT) no tuvieron participación alguna. Es más, los dirigentes sindicales fueron blanco de furiosas críticas por su histórico alineamiento con el depuesto mandatario Zine el Abidine Ben Alí.

El quite de personería al histórico partido de Ben Alí -el Rassenblement Constitutionne Democratique (RCD)- fue celebrado en las calles, pero también se rechaza a otras fuerzas inscriptas que responden a figuras siempre alineadas con el ex presidente.

Sin embargo, el hecho de que la oposición no tenga aún una clara y masiva identificación, sobre todo porque los que se oponían en serio al régimen estaban proscriptos, es un factor negativo a la hora de analizar cómo puede ser el futuro inmediato.

Ya se anotaron 34 partidos que guardan relación con el histórico arco político tunecino que abarcaba desde la centroizquierda hasta el trotskismo, aunque ahora se anotaron algunos nacionalistas, nacionalistas árabes y panarabistas. Sin embargo, un sondeo reciente reveló que el 64% de la gente no sabe a quién va a votar.

El único político conocido masivamente por haber estado exiliado en Inglaterra es Rached Ghannaouchi, al que los medios le dedicaron mucho espacio cuando retornó al país, pero después cayó en el olvido como todos.

No obstante, desde Occidente se intenta agitar el temor común a casi todos los países musulmanes y que en Túnez parece no tener asidero: la posibilidad de que surja un movimiento radicalizado.

El único partido islamista reconocido (y que Ben Alí había proscripto en 1989 cuando le ganó unas parlamentarias) es el Ennahda (Renacimiento Islamista), similar al AKP turco. Su líder, Rached Ghanuchi, también regresó al país tras 20 años de exilio a poco de caído el anterior régimen.

Frente a esta apertura democrática, quiso oficializarse una fuerza fundamentalista (Partido de la Liberación) que proponía imponer otra vez el califato, pero se lo negaron.

Es más, todos los partidos políticos inscriptos ya anunciaron que respetarán el Código del Estatuto Personal que implantó Habib Burguiba, padre de la independencia tunecina y primer presidente de la Túnez libre.

Con ese Código se dejaron de lado muchas de las reglas de la sharia o ley islámica y se crearon los derechos de la mujer. Tiene 55 años de vigencia y los partidos tranquilizaron al definirlo como "derecho adquirido intocable", lo que parece alejar a Túnez de cualquier fantasma de fundamentalismo político.

Al caer el régimen, los partidos proscriptos fueron llamados a integrar el actual gobierno y se formó el Consejo para la Transición, que trabaja para reformar la Constitución. La fecha es el 24 de julio, pero aún existen diferencias y no se logra el consenso.

Lo más adecuado hubiese sido una Asamblea Constituyente, pero como Ben Alí había preparado todo para que no surgiera ningún opositor, primero se debería modificar la ley electoral y el sistema de partidos políticos.

Y en este punto puede entenderse por qué los reclamos viraron de lo meramente económico y social a los de una verdadera transición democrática: no se le puede pedir nada al antiguo sistema corrupto y la necesidad imperiosa pasa por romper con él.

Sin embargo, nada va a ser fácil ya que el 40 por ciento del tejido económico tunecino está infiltrado tanto por Ben Alí como la familia de su segunda y actual esposa, Leila Trabelsi. Sin olvidar que jueces y tribunales responden casi uniformemente a quien los puso allí en sus más de 31 años en el poder.

Así, manejaban o manejan desde las dos compañías telefónicas del país (Tunisiana y Orange), hasta el millonario negocio de viajes a La Meca, sitio de peregrinación obligatoria al menos una vez en la vida para los musulmanes. La importación de autos (aquí son todos importados), la construcción de hoteles y participación en grandes cadenas de supermercados, también tienen la huella familiar.

El monopolio de los negocios en los free shops, sobre todo en las zonas portuarias que reciben cruceros todo el año y los cuatro proveedores de internet, por graficar sólo con dos ejemplos más, hablan a las claras del poder económico en manos del clan.

La característica de las coimas estaba dada en que no pedían dinero, sino participación en las acciones del negocio para alguien de la familia cada vez que se quería montar algo en Túnez.

Este detalle empuja la situación a una encrucijada judicial, ya que al no haber comprado las acciones a un precio vil sino de mercado, es muy difícil comprobar que las ventas fueron forzadas por imperio del poder omnímodo que manejaban.

Por lo pronto, la reacción de pueblo fue visceral: rompieron todas las propiedades de Ben Alí y de sus familiares, quemaron casi 500 autos de alta gama que les pertenecían y aún hoy, a más de dos meses de su huida, todavía hay personas que llegan hasta alguna de sus derruidas casas y se lleva algún pequeño recuerdo.

Este tipo de reacciones puede calmar nervios acumulados, pero para construir la nueva Túnez se necesitará un liderazgo político o, en su defecto, una amplia alianza que por el momento parece no despuntar en el horizonte cercano.

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