“Lo que la gente necesita es trabajo”, declaró un manifestante en la reciente marcha en Tottenham, luego de la explosión social que estalló en el Reino Unido. En Túnez “a un joven que dice ‘quiero empleo. Estoy harto de la marginalidad; ya no la soporto’, no le importa si la culpa es del gobierno o del mercado”, señala el profesor Boughzala.
Se pueden recoger pareceres, en el mismo sentido, entre los llamados “indignados” en España o quienes se levantaron en Egipto, mayoritariamente jóvenes.
El 29% de la población de República Dominicana son jóvenes entre 10 y 24 años. La tasa de ocupación de aquellos entre 15 y 29 es de 44.7%; una de las más bajas en Centroamérica y el Caribe. La tasa de desempleo de jóvenes duplica la tasa nacional; y en el caso de mujeres jóvenes, la triplica.
Las complicaciones por la falta de empleo para la juventud no solo se dan en países afectados por la crisis económica que se inició en 2008 o en aquellos árabes, sino también en algunos como la República Dominicana cuya economía ha venido creciendo pero sin suficiente generación de empleo.
Como lo acaba de señalar el director general de la OIT, Juan Somavia: “Unos 81 millones de trabajadores jóvenes están oficialmente sin empleo, y muchos más están tan desalentados que han dejado de buscar trabajo. Más de una cuarta parte de todos los trabajadores jóvenes, es decir, 152 millones, ganan menos del equivalente a 1.25 dólares de los Estados Unidos al día, a menudo en la economía informal (…) Esta situación tiene un costo para las personas, las familias, las economías y las sociedades. Se pierde potencial humano y potencial productivo y se destruye la cohesión y la estabilidad sociales. En el ámbito de la seguridad social, la no acumulación de derechos a pensiones socava la base contributiva de los sistemas actuales, generando un pasivo social de personas sin protección para el futuro”.
A estos costos debe añadirse el resentimiento que la gobernabilidad democrática tiene cuando un colectivo significativo, como son los jóvenes, es invadido por la desesperanza.
No pocos de los jóvenes desempleados o subempleados en el mundo tienen título universitario. La promesa democrática de la movilidad social –“si se estudia y trabaja se puede progresar”– aparece incumplida en muchas partes del mundo, incluida América Latina.
En un último encuentro de Alto Nivel de Naciones Unidas, con motivo del Año Internacional de la Juventud, los representantes de los países miembros se comprometieron a luchar contra el desempleo juvenil y a velar para que los jóvenes encuentren trabajos decentes y productivos.
La promoción de empleo productivo y trabajo decente para los jóvenes tiene que estar entre las prioridades de la agenda de los países que buscan crecimiento económico con inclusión social para progresar, combatir la pobreza, eliminar la desigualdad y fortalecer la gobernabilidad democrática.
En Centroamérica, que quiere combatir integralmente la violencia y la inseguridad, coherentes estrategias nacionales para promover la participación de los jóvenes en el mundo productivo son cruciales.
Extensión de la educación escolar, acceso a universidades de calidad, actualización de la formación profesional y apoyo a la capacidad emprendedora –con una perspectiva de género– son políticas indispensables.
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