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lundi 25 avril 2011

Levantamientos republicanos

¿Qué tienen en común las revueltas populares de Túnez, Egipto, Libia y Siria? Que se dirigen contra gobernantes que han traicionado su origen republicano convirtiendo la presidencia en un asunto hereditario y dinástico. En este aspecto, y a pesar de las muchas diferencias, las movilizaciones populares que se han sucedido en los cuatro países pueden ser consideradas como levantamientos republicanos.
En Túnez, donde empezó la oleada de protestas, se daba por hecho desde hacía tiempo que Ben Alí seria sucedido, a no tardar, por su yerno Mohamed Sakhr, aunque habían circulado rumores que apuntaban a otros miembros de la familia. El momento previsto serían las elecciones de 2014. En Egipto, una campaña de imagen a favor de Gamal Mubarak, hijo pequeño de Hosni Mubarak, en agosto de 2010, relanzó los ya constantes rumores sobre su papel como sucesor en las siguientes elecciones. La hipótesis hereditaria, que hubiera significado una perpetuación del latrocinio practicado por los Mubarak durante el largo gobierno corrupto, contribuyó en gran medida a calentar los ánimos de la población. En Libia, el ejercicio del poder ha sido durante varias décadas un asunto reservado casi en exclusiva a los miembros de la familia Gadafi, que a falta de una verdadera oposición democrática, se han dedicado a pelearse entre ellos: un cable de la embajada estadounidense en Trípoli fechado en marzo de 2009 se titulaba: "La sucesión en Libia, patas arriba por la guerra intestina entre los hijos de Gadafi". El más bien situado y delfín oficial era Saif al Islam, comprador de títulos universitarios británicos. En el caso de Siria nos encontramos ante una sucesión ya consumada: Hafez al Assad, que llegó al poder el 1970 mediante un golpe de estado, había previsto dejarlo en herencia al mayor de sus hijos, pero al morir este en accidente, su otro vástago Bahsar se convirtió en sucesor, lo que se cumplió a la muerte de Hafez en 2000. Por su juventud, por su estancia en Gran Bretaña y por el tono de sus primeros discursos, el pueblo quiso ver en él a un reformador aperturista, pero tras una década de dictadura las esperanzas se habían desvanecido.
Contra estas dinastías se levanta una contestación de una intensidad y poder destructivo que no aparentan padecer las verdaderas monarquías absolutas de la región, tal vez porque estas nunca han engañado: la justificación divina de la corona, su carácter hereditario, el derecho natural al reino, el poder y la gloria, forman parte de las reglas del juego desde hace siglos, y cuentan con el apoyo de los clérigos, cuya proclividad a bendecir las testas coronadas es transversal y multireligiosa. Los súbditos se saben tales, y no hay desilusión en quien no se ha formado ilusiones. Pero los regímenes de Túnez, Egipto, Libia, Siri nacieron como propuestas revolucionarias y se han justificado por la apelación al pueblo y el apoyo de las masas. Cuando el líder del partido que se reclama de la república popular se convierte a si mismo en iniciador de una dinastía hereditaria, todo cruje. Sobre todo si los clérigos no están en el ajo.

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